(Ambiente informal)

Bajó las escaleras angostas del pub inundada por la música que iba dejando atrás en cada peldaño. Las paredes negras, el toldo de la entrada negro, la noche más negra aún. Una lluvia suave pero empecinada había dejado las calles  brillosas, los destellos de las luces nocturnas se reflejaban el el asfalto como espejos distorsionados.
No había un alma, pudo ser cualquier ciudad, era Buenos Aires, pero el jazz de fondo que se escuchaba ya vagamente desde lo alto de la escalera, traía aires de otros tiempos, de otras ciudades, de negros sudorosos tocando una trompeta.
Prendió un cigarrillo, al final de cuentas había bajado para eso, se quedó mirando las calles vacías. 
De la nada, apareció una anciana pequeña con un abrigo impermeable rojo, venía discutiendo con su perro, no era una discusión de correa tirante, era una de esas discusiones profundas, de la vida, el perro solo tironeaba. Con la última bocanada del cigarro los vio alejarse y doblar la esquina, los murmullos de la vieja y el rumor de la música del pub se entremezclaron.
Apagó el cigarrillo y subió rápidamente para escuchar el último tema de la noche, arriba la esperaba su copa de vino y un caballero de ojos juveniles apenas iluminados por las luces del escenario.

                                                                                                              Para H.B
                                                                                                   
Pesca desértica
            Mordió el anzuelo, lo delató una vibración de la tanza. Hizo un giro rápido de muñeca para asegurar de lleno la captura, pero al dar el tirón mortal no encontró resistencia alguna, recogió el sedal y nada.
            Su padre le había enseñado el método rústico de la pesca sin caña, sin otra cosa que la tanza, el anzuelo y la destreza de sus manos. Recordó a su padre, muchas veces estuvieron en esa misma laguna, era un ritual que respetaban año tras año hasta que falleció. "Pero que calor!",pensó, no es normal, lo recordaba como un lugar fresco y húmedo, donde al caer la noche era necesario estar bien equipado. Ahora el calor era sofocante, seco, "el cambio climático es cada vez más evidente", pensó, y en ello, en su padre y en ese recuerdo fresco de la laguna por aquellos años, se dejó discurrir. El tiempo se le antojó laxo, detenido, hace mucho que no respiraba esa paz, hace mucho que no sentía la viscosidad del tiempo. ¿Hace mucho? Desde el accidente, se respondió a sí mismo. Entonces cerró los ojos, como si aún pudiera sentir el golpe seco de la caída. El desierto inmenso ante sus ojos, vasto, sin referentes. El vuelco del vehículo fue espectacular, giros y una gran polvareda, lástima que nadie hubiese podido verlo. Recordó las advertencias acerca de viajar solo, él no entendía el desafío de otro modo: ni aún con medio cuerpo enterrado en la arena y el dolor creciente en su pierna derecha, pensó que fuera un error. Ahora, con los pies en agua fría, no tenía importancia debatirse. Se hundió en sí mismo, repasando sus recuerdos con una tranquilidad adormilada. El vínculo con su padre, una cercanía llena de silencios, una cercanía que no tuvo con nadie más a lo largo de su vida. Su madre, una cantante de country algo alocada, los había abandonado tempranamente sin que ellos siquiera lo supieran; fue una larga gira, cada vez más larga, según se enteraban en algún llamado que recibían de tanto en tanto, tan larga que llegaron a olvidar dónde estaba, luego no hubo más llamados ni explicaciones. Ellos armaron su rutina como un escudo ante el abandono. La vida fue transcurriendo y un día olvidaron la música, la gira y la mujer.
            El calor le había secado la boca, deseaba un trago de su petaca, pero no quería moverse. Estirado en la orilla, con los pies en el agua y la tanza en la mano, se entregó perezosamente a los sonidos de aquel oasis.
Pensó en su mujer; primero en sus manos, en esa forma tan particular de moverlas, no sabía si era la contextura o la gestualidad lo que las hacía tan hipnóticas. Siempre se sintió inseguro ante ella, le parecía demasiado hermosa, demasiado suficiente, demasiado para él. Sabía que en algún momento ella también lo abandonaría y ese temor le fue calando tan profundamente que al final no pudo soportarlo, así que decidió adelantarse y dejarla. Para sobrellevarlo, emprendió el “desafío al desierto”, así era como él había bautizado la travesía. Ya había tenido otras huidas heroicas teñidas de aventura.
            Ahora pensó que el accidente no lo había sorprendido en realidad, podía sentir aún el recorrido de la sangre que brotaba desde su cabeza y, buscando el desemboque, atravesaba su mejilla cuesta abajo por el cuello. La temperatura del desierto hacía de esa sangre un goteo refrescante.
            Aunque el calor no cedía se sintió reconfortado al volver a la naturaleza de la laguna.  Con la boca empastada, la sed era insoportable; intentó incorporarse para tomar el agua directamente del caudal que tenía a sus pies, pero se dio cuenta de que apenas podía moverse, algo lo estaba atrapando en el suelo de yesca y piedra. De costado, casi arrastrándose, acercó la mano a la orilla, hundió los dedos en el agua y... ¡estaba caliente! Tenía los labios resquebrajados y decidió tomarla de todos modos. Tragó la arena caliente del desierto, ese desierto vasto que al llegar la noche lo taparía por completo.

 Encendida
Una que tiene que guardar las uñas porque no hay nada que arañar. 
Siempre rascando donde a nadie le pica, que desencuentro!
Los fracasos anunciados como las crónicas de muerte de Marquez. Empeñarse afanosamente a la nada misma.
¿Que pasa? ¿Las fantasías imposibles llenan más que las realidades deshabitadas?
Yo no sé que es, no sé y casi tampoco me importa, solo sé que esta agua que no moja, aviva mi fuego que no tiene qué quemar.
Una sola mirada tuya es el cielo en la tierra, sacude los cimientos de mis creencias y me despluma hasta dejarme el alma en cueros.
No sé de qué se trata, no lo había transitado antes, no había probado el deseo infundado de la piel por la piel.
Pero esta vez y mas que nunca, la única respuesta a todas las preguntas es cerrar los ojos, apretar los dientes y dejarse quemar. 

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